sábado, 12 de octubre de 2013

Un dibujo por un karaage

Salgo un rato a caminar por los alrededores de Ichikawa, un suburbio de Tokyo en donde me
hospedo. Aquí vive Tomohiko, el hijo de una amiga colombiana. Sonaban tambores y quise saber
de qué se trataba. No era nada especial, algo parecido a un mitin cristiano, pero con tambores y
trajes tradicionales.
Me fijo entonces en una callecita adornada con faroles, y ahí, casi escondido, veo un pequeño ne-
gocio de comida, desvencijado pero candoroso. Saco mis acuarelas y me pongo a dibujarlo.
Al cabo de un rato, sale un hombrecito del negocio y me manda una perorata en japonés.
Su tono no suena muy amigable. Con mi corto japonés le digo que soy ilustrador y que dibujo,
nada más.
Pregunto si puedo seguir. Sí, responde y se va. Al rato regresa, vocifera, yo sigo, él vuelve al nego-
cio. Cuando termino voy a buscarlo, y le ofrezco el dibujo. Creo que me pregunta si hay un precio,
a lo que respondo que no. Entonces mete en una bolsa de papel una especie de empanada, y me
la da, con una gran sonrisa. Se llama karaage, y es un buen precio por un apunte, pienso. Foto.


No hay comentarios:

Publicar un comentario